Lo confieso: esta mañana en la oración, pedí a Dios que anule, con su Omnipotencia, el mal que se cierne sobre los más vulnerables. Me ofrecí y me dije y dije a Jesús: ¿ Es que van a ser más poderosos que yo con mi oración, aunque sea pequeña; pero con la gracia del Bautismo y unida a la Virgen y a Cristo Redentor? En ese momento, apareció, en mi imaginación, un mar de aguas sucias, y la convicción de que Dios tiene el poder de utilizar tanto mal para hacer emerger el bien. Porque hay mal, se forjan figuras de cristianos egregios, muy santos, que hacen un bien incalculable en su paso por la tierra, incluso más allá de su tiempo. Me acordé de los mártires de Roma; de Santa Teresa, que vivió cuando se extendía por Europa la herejía protestante; de San Agustín en su época, y del Padre Morales en sus circunstancias. Apareció, en mi mente, la imagen del Padre, su rostro y sus gestos, como si estuviera grabado en mí en vídeo. Lo contemplé en una de sus homilías de la Misa de la Virgen a las 6 de la mañana en las Clarisas del Cáceres antiguo. ¡Qué fuerza…! ¡Cuánto amor a Jesucristo reflejaba su semblante…! ¡Cuánto celo por las almas de las jóvenes…, en aquellos años en que ya el mal se extendía y emponzoñaba a tantas…! Me quedé contemplándolo, admirada de tanta maravilla de amor y celo apostólico. No predicaba con retóricas aprendidas, sino con la naturalidad de quien expresa lo que siente, y con el brío de quien está convencido y deja escapar su interior incontenible. Y no me pareció que perdiera el tiempo en mi rato de oración.
Pepi Romo. 21-X-2018
Pepi Romo. 21-X-2018