Tenía 15 años cuando contacté (por carta) por primera vez con un sacerdote del que yo pensaba ya que era un santo. Me lo sugirió mi hermana, que se dirigía con él, porque me ayudaría a discernir mi vocación. Poco después de esa carta le conocí en persona, pues hice mis primeros Ejercicios con él. Mi impresión fue la de estar ante alguien de una total rectitud de intención: sólo me diría lo que más me ayudara a conocer y hacer lo que Dios quería. Me inspiraba, al mismo tiempo, gran respeto y gran confianza. A mi edad, me resultaba muy atractiva la autenticidad de su vida y la propuesta radical en el seguimiento de Cristo; su austeridad, su silencio, su discreción y tantas otras cosas me cuadraban perfectamente con como yo me imaginaba un santo.
El P. Morales tuvo el honor en su juventud de ser colegial en el Egregio Real Colegio de España en Bolonia, obra del insigne Cardenal Gil de Albornoz y Luna, que lo fundó como Domus Hispaniae en 1364. Precisamente, yo conocí la figura del padre Morales al poco tiempo de llegar al Colegio de Bolonia en 2011. El querido Sr. Rector José Guillermo García Valdecasas nos obsequiaba cada día con una interesante charla en el “salottino”, mientras tomábamos el café. En una de esas charlas invernales de sobremesa apareció un día la figura del padre Morales. Nos decía el Rector que habían solicitado los documentos conservados junto a los nuestros, de tan insigne colegial, a fin de incluirlos en su Causa de beatificación. Nos habló también de cómo el padre Morales había llegado, en la década de los años 30 del siglo pasado, como becario, con un expediente brillantísimo en la entonces Universidad Central de Madrid y que en menos de un año leyó su tesis doctoral en la Universidad de Bolonia, obteniendo el grado de Doctor con la tesis “El impuesto sucesorio”, dirigida por el Profesor Federico Flora. Terminada la defensa, ingresó inmediatamente en la Compañía de Jesús. Era evidente que tenía prisa por entregarse a Dios. Desde ese día me sentí lleno de curiosidad por la figura de mi “compañero” colegial; me admiraba la rapidez de su defensa de tesis, lo brillante de sus resultados y, sobre todo, su decisión de seguir a Dios en la Compañía de Jesús, en vez de haber optado por un prometedor futuro académico, bien en España o en Italia.
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El P. Morales expresó con gestos concretos hacia Dios y hacia el prójimo las obras de misericordia corporales y espirituales. Ninguna realidad humana escapó a su mirada. Entre las múltiples obras sociales y asistenciales que generó destaca la que llevó a cabo en Madrid, desde 1947: la Campaña de Navidad en favor de los enfermos, en la que los jóvenes empleados, incluso en los días de trabajo, visitaban y ayudaban material y espiritualmente a sus compañeros enfermos en los sanatorios, hospitales y domicilios particulares. Reaviva así el Venerable P. Morales el sentir cristiano de la proximidad y la cercanía a través de la práctica de la solidaridad, acercando a los jóvenes a la miseria manifestada en tantos ámbitos, invitando a tocarla con las manos en una familiaridad afectuosa con quien la sufre. En aquellos años, la enfermedad de la tuberculosis corría veloz. El 13 de mayo de 1953, el Obispo auxiliar de Madrid, D. José María García Lahiguera, que se hallaba en la zona El P. Morales expresó con gestos concretos hacia Dios y hacia el prójimo las obras de misericordia corporales y espirituales. Ninguna realidad humana escapó a su mirada. Entre las múltiples obras sociales y asistenciales que generó destaca la que llevó a cabo en Madrid, desde 1947: la Campaña de Navidad en favor de los enfermos, en la que los jóvenes empleados, incluso en los días de trabajo, visitaban y ayudaban material y espiritualmente a sus compañeros enfermos en los sanatorios, de Guadarrama de visita pastoral, bendijo e inauguró el Sanatorio Guadarrama, emplazado en la sierra homónima de Madrid. Empresas, bancos y compañías de la capital hicieron conciertos con el Hospital para que en él fueran atendidos sus empleados. Al mes siguiente, la Virgen Peregrina de Fátima, que visitaba el pueblo de Guadarrama, fue llevada al Sanatorio. |
Casi setenta años después, ha sido impuesto el nombre de Venerable P. Tomás Morales S.J. al pabellón de Pediatría del Hospital Provincial Docente Belén, en Lambayeque (Perú). El Jefe de Pediatría explicó el sentido de la presencia de una imagen de la Virgen de Fátima en el pasillo del pabellón, junto al busto del P. Morales:
«Necesitamos la presencia de María como madre, con esa mirada dulce, siendo consuelo de sus hijos más pequeños, e intercediendo ante su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, por la salud física, emocional y espiritual de todos los que compartimos un momento de nuestra vida en este nuestro servicio de pediatría».
Soy un joven de Argentina. Mi nombre es Nicolás. Tengo 21 años y hace poco descubrí la vida del P. Tomás Morales. Me llamó la atención el título de un vídeo sobre su vida "La Inmaculada nunca falla" porque estoy preparándome para consagrarme a la Virgen y ser parte de la Milicia de la Inmaculada, fundada por San Maximiliano Kolbe.
Soy estudiante de abogacía, y formo parte de una ONG con raíces en la doctrina social de la Iglesia que busca el diálogo para definir objetivos a largo plazo y conseguir el Bien Común.
Desde que descubrí su vida, me sentí muy identificado en su vida, así que ahora es como un compañero al que recurro para que me vaya bien en mis estudios y para ser un buen cristiano.
Saludos desde Timbúes, provincia de Santa Fe, Argentina.
Deseo expresar mi agradecimiento y devoción al Padre Morales.
Desde siempre he tenido la estampa en casa y me ha ayudado en las mil necesidades espirituales y temporales del día a día. Muchas veces le he rezado y me ha ayudado con su ejemplo y ha sido una compañía espiritual.
Por lo que, no quería dejar pasar la ocasión de transmitir mi agradecimiento por su ejemplo de vida y fe.
Desde siempre he tenido la estampa en casa y me ha ayudado en las mil necesidades espirituales y temporales del día a día. Muchas veces le he rezado y me ha ayudado con su ejemplo y ha sido una compañía espiritual.
Por lo que, no quería dejar pasar la ocasión de transmitir mi agradecimiento por su ejemplo de vida y fe.
Lo confieso: esta mañana en la oración, pedí a Dios que anule, con su Omnipotencia, el mal que se cierne sobre los más vulnerables. Me ofrecí y me dije y dije a Jesús: ¿ Es que van a ser más poderosos que yo con mi oración, aunque sea pequeña; pero con la gracia del Bautismo y unida a la Virgen y a Cristo Redentor? En ese momento, apareció, en mi imaginación, un mar de aguas sucias, y la convicción de que Dios tiene el poder de utilizar tanto mal para hacer emerger el bien. Porque hay mal, se forjan figuras de cristianos egregios, muy santos, que hacen un bien incalculable en su paso por la tierra, incluso más allá de su tiempo. Me acordé de los mártires de Roma; de Santa Teresa, que vivió cuando se extendía por Europa la herejía protestante; de San Agustín en su época, y del Padre Morales en sus circunstancias. Apareció, en mi mente, la imagen del Padre, su rostro y sus gestos, como si estuviera grabado en mí en vídeo. Lo contemplé en una de sus homilías de la Misa de la Virgen a las 6 de la mañana en las Clarisas del Cáceres antiguo. ¡Qué fuerza…! ¡Cuánto amor a Jesucristo reflejaba su semblante…! ¡Cuánto celo por las almas de las jóvenes…, en aquellos años en que ya el mal se extendía y emponzoñaba a tantas…! Me quedé contemplándolo, admirada de tanta maravilla de amor y celo apostólico. No predicaba con retóricas aprendidas, sino con la naturalidad de quien expresa lo que siente, y con el brío de quien está convencido y deja escapar su interior incontenible. Y no me pareció que perdiera el tiempo en mi rato de oración.
Pepi Romo. 21-X-2018
Pepi Romo. 21-X-2018
Cuando todos nos alegramos del reciente reconocimiento oficial por parte de la Iglesia de la vivencia heroica de las virtudes cristianas por el P. Tomás Morales, lo primero que aflora en quienes nos hemos acercado a su persona y obra es el sentimiento de confirmar la certeza consolidada de que así era desde siempre. Como lo será el día, que deseamos próximo, de verlo en los altares.
En mi caso, aunque el trato fue fugaz y casi de paso, resultó muy decisivo. Fue en mayo-junio de 1972 en el Colegio Santa Ana de Almendralejo (Badajoz), centro educativo confiado a la dirección de los Cruzados de Santa María en el que inicié mis estudios de Bachiller Superior, ya que no podía hacerlo en mi pueblo natal y que elegí “porque no era de curas”.
Pero esta elección adolescente y caprichosa sería en realidad una gracia inesperada de Dios, ya que la estancia en este colegio, el trato y amistad con los cruzados y los jóvenes de la Milicia de Santa María, el ambiente alegre de exigencia, sobriedad y estudio que estos fomentaban, y sobre todo los Ejercicios Espirituales a los que me invitaron a principios del mencionado mes de mayo junto al santuario de la Virgen de la Montaña de Cáceres, cambiaron mi vida para siempre y decidieron mi futuro: de ellos salí con la convicción firme de ingresar en el Seminario y un día ser sacerdote. Volví al Colegio después de estas jornadas de oración con ímpetu de converso y con muchas más ganas de estudiar, de vivir en cristiano con un gran amor a la Santísima Virgen y afán apostólico y servicio a mis compañeros.
Fue en esos días, antes de que finalizara el curso, a mi vuelta al Colegio, cuando pude ver al P. Morales que visitaba el centro para acompañar y guiar a sus hijos los cruzados, verdaderos apóstoles seglares. Todos veneraban –¡ya era “venerable” entonces el P. Morales!- a ese jesuita delgado pero con la fortaleza y a la vez cercanía de un verdadero hombre de Dios. Las notas de exigencia ascética, de reflexión, de espíritu combativo y constancia de hierro -de verdadera forja de hombres-, de profunda oración, de amistad apostólica y de amor a Santa María, que se percibían en los cruzados, aparecían encarnados en síntesis y a lo grande en el P. Morales. Así me parecía a mí, entonces un joven adolescente, y quedó grabado en mi memoria como una foto fija, a pesar de los más de 45 años transcurridos desde entonces.
Rasgos que he visto también reproducidos con “genio femenino” en el servicio cercano, constante y sacrificado a la Iglesia de las Cruzadas de Santa María. Por todo esto no tengo más que motivos para dar gracias a Dios por la correspondencia generosa del P. Morales, de cuya fecundidad espiritual a través de sus obras y carisma he sido y soy beneficiario, especialmente en los inicios de mi vocación sacerdotal, y ahora en mi ministerio de servicio a la Iglesia. ¡Gracias, P. Morales!
José María Gil Tamayo
En mi caso, aunque el trato fue fugaz y casi de paso, resultó muy decisivo. Fue en mayo-junio de 1972 en el Colegio Santa Ana de Almendralejo (Badajoz), centro educativo confiado a la dirección de los Cruzados de Santa María en el que inicié mis estudios de Bachiller Superior, ya que no podía hacerlo en mi pueblo natal y que elegí “porque no era de curas”.
Pero esta elección adolescente y caprichosa sería en realidad una gracia inesperada de Dios, ya que la estancia en este colegio, el trato y amistad con los cruzados y los jóvenes de la Milicia de Santa María, el ambiente alegre de exigencia, sobriedad y estudio que estos fomentaban, y sobre todo los Ejercicios Espirituales a los que me invitaron a principios del mencionado mes de mayo junto al santuario de la Virgen de la Montaña de Cáceres, cambiaron mi vida para siempre y decidieron mi futuro: de ellos salí con la convicción firme de ingresar en el Seminario y un día ser sacerdote. Volví al Colegio después de estas jornadas de oración con ímpetu de converso y con muchas más ganas de estudiar, de vivir en cristiano con un gran amor a la Santísima Virgen y afán apostólico y servicio a mis compañeros.
Fue en esos días, antes de que finalizara el curso, a mi vuelta al Colegio, cuando pude ver al P. Morales que visitaba el centro para acompañar y guiar a sus hijos los cruzados, verdaderos apóstoles seglares. Todos veneraban –¡ya era “venerable” entonces el P. Morales!- a ese jesuita delgado pero con la fortaleza y a la vez cercanía de un verdadero hombre de Dios. Las notas de exigencia ascética, de reflexión, de espíritu combativo y constancia de hierro -de verdadera forja de hombres-, de profunda oración, de amistad apostólica y de amor a Santa María, que se percibían en los cruzados, aparecían encarnados en síntesis y a lo grande en el P. Morales. Así me parecía a mí, entonces un joven adolescente, y quedó grabado en mi memoria como una foto fija, a pesar de los más de 45 años transcurridos desde entonces.
Rasgos que he visto también reproducidos con “genio femenino” en el servicio cercano, constante y sacrificado a la Iglesia de las Cruzadas de Santa María. Por todo esto no tengo más que motivos para dar gracias a Dios por la correspondencia generosa del P. Morales, de cuya fecundidad espiritual a través de sus obras y carisma he sido y soy beneficiario, especialmente en los inicios de mi vocación sacerdotal, y ahora en mi ministerio de servicio a la Iglesia. ¡Gracias, P. Morales!
José María Gil Tamayo